
Emmanuel Carrere es uno de los escritores con los que más disfruto. Me enganché hace años con el escalofriante "El adversario", libro inclasificable donde la disección del monstruo acaba por convertirse en una suerte de espejo que te interpela. En su nuevo libro "El reino" recorre de forma paralela las aventuras de Pablo de Tarso en los primeros tiempos del cristianismo y su propio viaje desde el ateísmo indulgente al fervor religioso, y de allí a un agnosticismo que casi se podría decir respira temor y temblor por cada poro. Hace unos días han ocurrido los atentados de París, donde la religión monoteísta muestra su rostro más intolerante y sangriento ¿Cómo no preguntarnos como lo hace Carrere por el significado del Reino en nosotros?
Puede que en nuestro mundo lo más cercano a lo religioso sea la experiencia del vacío que el pasado y sus hechos deja en nosotros como huella o cicatriz. En ese sentido, de espacio desalojado y a la vez lleno de significado, hay 2 ejemplos que yo mismo he vivido de manera, para mí, muy poderosa y también perturbadora.
Una mañana lluviosa de octubre, en Roma, entré en el Panteón bajo el aguacero. Por el óculo de la inmensa cúpula entraba la lluvia. Las gotas de agua quedaban suspendidas en el haz de luz proyectado sobre el suelo de mármol. El tiempo abolido.
Pero es el espacio ¿molde de qué cosa? lo que nos llena de dioses.

Algo más de un mes más tarde, en Estambul, el espacio inabarcable de la cúpula de Hagya Sophia. El juego de semicírculo, círculo y semicírculo, como si fuera la pelvis de un animal extinguido hace más de mil años, y el espacio expulsado que nos dice como en un eco esteestureinohastaqueelmundoestalle.

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